Valentín era un calcetín.
Un calcetín encerrado dentro de la cesta de la ropa para planchar, como un granito de arroz azul perdido en un paquete de lentejas pardinas. Era tanta la ropa acumulada que no era capaz de encontrar a su pareja gemela Sefine.
Un calcetín encerrado dentro de la cesta de la ropa para planchar, como un granito de arroz azul perdido en un paquete de lentejas pardinas. Era tanta la ropa acumulada que no era capaz de encontrar a su pareja gemela Sefine.
Intentaba girarse pero con tanta ropa era imposible...
- ¡Eh tú, para de moverte que me haces cosquillas en las costuras! - Decía el señor vaqueros.
- Perdona, es que no encuentro a Serafine, mi pareja calcetín.
- Estará en el cesto, al final, como la señora Chal - Dijo la señora camiseta.
- Yo ocó no lo voo. Dijo la señora Chal.
- No te entiendo, ¿Qué dices?
- Perdona, tenía una manga de la señora chaqueta cerrándome mi boquita prieta. Te decía que aquí no la veo.
- Gracias señora Chal. ¿Alguien ha visto a Serafine, mi pareja calcetín?
Un silencio frío empezó a resonar dentro de la cesta de la ropa, como cuando ponían la plancha a demasiada temperatura y las prendas esperaban a que alguna fuese la primera en probarla. Valentín empezó a asustarse.
- ¿Qué pasa? ¿Por qué nadie dice nada? - dijo el pequeño calcetín.
- Po.. Po... Podría ser.... El ladrón de la lavadora - susurró la señora camisa.
- No asustes al pobre calcetín, señora camisa - dijo el señor calzoncillo. - Eso es solo una leyenda, chico, no le hagas ni caso.
- Ya, eso es lo que tú dices ¿No te acuerdas del señor guante marrón? Se quedó cien lavados en aquel cajón y después, desapareció.
- Pero... ¿Cuál es esa historia, señora camisa? Nunca la había escuchado.
- Bueno, eres muy nuevo, es normal. - Dijo el jersey gris de lana merina.
Valentín nunca había escuchado hablar al viejo jersey, aunque sabía que era la prenda más anciana del armario. El jersey gris de lana gris carraspeó y comenzó a hablar:
Valentín nunca había escuchado hablar al viejo jersey, aunque sabía que era la prenda más anciana del armario. El jersey gris de lana gris carraspeó y comenzó a hablar:
"Dicen las leyendas indumentarias del vestuario que en cada casa, entre el cesto de la ropa sucia y el cesto de la ropa limpia, en ocasiones, un ladrón de prendas asalta la colada. Nunca nadie lo ha visto y ha regresado para contarlo. Lo que sí se sabe es que en ese camino desaparecen prendas, casi siempre las pequeñas y emparejadas. Hay algunos que dicen que ese ladrón antes era un leotardo que estaba celoso de su hermano gemelo, porque él era marrón y su hermano verde. Un día. decidió separarse de él y buscar su propio camino, pero lo que pasó es que sus dueña lo encerró en un cajón y lo usó como trapo para limpiar la suciedad de las ventanas, mientras que su hermano se convirtió en una guirnalda de una cometa. El leotardo marrón, muerto de envidia, decidió escaparse del cajón de los trapos y raptar prendas de ropa emparejadas hasta el fin de sus días."
El silencio volvió a la cesta de la ropa. Nadie decía nada. Todas las prendas se miraban unas a otras pero ninguna supo que decirle al pobre Valentín.
Poco a poco, las prendas fueron cambiando de sitio a medida que se iban cambiando y pasado el tiempo solo quedó el calcetín azul en el fondo de la cesta de la ropa cesta.
- ¿Qué será de mi? - Se preguntaba. - ¿Me quedaré sólo? ¿Seré pasto de la suciedad de los cristales de las ventanas?
Al pobre escarpín le asaltaban tantas dudas que por un momento su color azul vivo palideció.... Podía ver el cajón de las prendas olvidadas en el mueble negro que tenía enfrente y al mirarlo, una corriente fría y húmeda recorría entre sus hilos haciendo que el calcetín se retorciese, dándose la vuelta. Allí se quedó, escondido, mirándose a sí mismo, sin querer ver más posibilidades que sus miedos.
Unas coladas más tarde, una mano suave y pequeña sacó a Valentín de la cesta. Lo colocó sobre una mesa de madera, lo desenrolló con mucho cuidado y lo extendió de puntera a talón. Le colocó unos trozos de fieltro negro a la altura de su puño, dos piezas de cuero marrón en su pierna, una serpentina amarilla encima de la puntera, una capa de tela azul oscuro que le cubría toda la planta y en su empeine, le colocó con mucho cuidado dos botones de color blanco y un poco mas abajo, otro trozo de fieltro rojo. Valentín no sabía que estaba pasando, pero era consciente de que algo en él estaba cambiando.
- ¿Ves? Ahora ya tenemos un nuevo actor para la obra, ahora sólo tenemos que buscarle un nombre - sonó una voz dulce y pausada.
- Es... es... ¡Perfecto! - respondió otra voz más aguda y alocada. - Le llamaremos el Príncipe Valentín.
Una mano pequeña se abrazó a Valentín y lo giró bruscamente.
- ¿Cómo te ves? - Preguntó la voz aguda.
Valentín abrió los ojos y contempló su nuevo aspecto. Ya no era ese calcetín azul triste de la cesta de la ropa seca. Se había convertido en un actor calcetín. Había oído hablar de ellos una vez. Son prendas de ropa afortunadas que por el destino pasan a formar parte de una compañía de artistas que trabaja en los seis continentes escolares, hacen funciones para niños y niñas que con ellos reían, se emocionaban, jugaban y cantaban. Mientras lo llevaban a su nueva y lujosa casa, un baúl último modelo adornado con tiradores dorados, Valentín no dejaba de preguntarse porqué él había conseguido llegar dónde todas las prendas quieren sin ni siquiera desearlo.
Ya en sus nuevos aposentos, a oscuras, comentó en alto:
- ¿Por qué yo?
- Alguien les habló de ti - comentó una voz
Una luz fluorescente se agitó iluminando la estancia.
- ¿O pensabas que te iba a dejar solo? - Volvió a hablar la voz.
Valentín se giró y tras acostumbrarse a la claridad vio como un rostro familiar se dibujaba entre las sombras.
- ¡Serafine, Serafine, estás viva! ¡No te ha atacado el ladrón de la colada! ¡No eres un esclavo limpiador de ventanas sucias! ¡Viva, viva!
- ¿Pero qué estás diciendo? Lo único que pasó es que la compañía necesitaba dos nuevos actores para las nuevas obras y por suerte nos eligieron, pero en el camino te perdiste y la compañía tardó en encontrarte, pero al final, tras muchos esfuerzos, ya estás aquí.
- Pero las otras prendas me dijeron otra cosa, me dijeron que te habían raptado, que ibas a ser un trozo de tela vieja, me dijeron que ibas a servir para comer la suciedad, me dijeron que me iba a quedar solo, me dijeron, me dijeron....
- Nada de eso es cierto mi querido Valentín. Lo único que ha pasado es que en lugar de creer en ti mismo, buscar las pistas para llegar a la verdad, te has encerrado en ti mismo y sólo has escuchado lo que decían las lenguas de trapo.
Poco a poco, las prendas fueron cambiando de sitio a medida que se iban cambiando y pasado el tiempo solo quedó el calcetín azul en el fondo de la cesta de la ropa cesta.
- ¿Qué será de mi? - Se preguntaba. - ¿Me quedaré sólo? ¿Seré pasto de la suciedad de los cristales de las ventanas?
Al pobre escarpín le asaltaban tantas dudas que por un momento su color azul vivo palideció.... Podía ver el cajón de las prendas olvidadas en el mueble negro que tenía enfrente y al mirarlo, una corriente fría y húmeda recorría entre sus hilos haciendo que el calcetín se retorciese, dándose la vuelta. Allí se quedó, escondido, mirándose a sí mismo, sin querer ver más posibilidades que sus miedos.
Unas coladas más tarde, una mano suave y pequeña sacó a Valentín de la cesta. Lo colocó sobre una mesa de madera, lo desenrolló con mucho cuidado y lo extendió de puntera a talón. Le colocó unos trozos de fieltro negro a la altura de su puño, dos piezas de cuero marrón en su pierna, una serpentina amarilla encima de la puntera, una capa de tela azul oscuro que le cubría toda la planta y en su empeine, le colocó con mucho cuidado dos botones de color blanco y un poco mas abajo, otro trozo de fieltro rojo. Valentín no sabía que estaba pasando, pero era consciente de que algo en él estaba cambiando.
- ¿Ves? Ahora ya tenemos un nuevo actor para la obra, ahora sólo tenemos que buscarle un nombre - sonó una voz dulce y pausada.
- Es... es... ¡Perfecto! - respondió otra voz más aguda y alocada. - Le llamaremos el Príncipe Valentín.
Una mano pequeña se abrazó a Valentín y lo giró bruscamente.
- ¿Cómo te ves? - Preguntó la voz aguda.
Valentín abrió los ojos y contempló su nuevo aspecto. Ya no era ese calcetín azul triste de la cesta de la ropa seca. Se había convertido en un actor calcetín. Había oído hablar de ellos una vez. Son prendas de ropa afortunadas que por el destino pasan a formar parte de una compañía de artistas que trabaja en los seis continentes escolares, hacen funciones para niños y niñas que con ellos reían, se emocionaban, jugaban y cantaban. Mientras lo llevaban a su nueva y lujosa casa, un baúl último modelo adornado con tiradores dorados, Valentín no dejaba de preguntarse porqué él había conseguido llegar dónde todas las prendas quieren sin ni siquiera desearlo.
Ya en sus nuevos aposentos, a oscuras, comentó en alto:
- ¿Por qué yo?
- Alguien les habló de ti - comentó una voz
Una luz fluorescente se agitó iluminando la estancia.
- ¿O pensabas que te iba a dejar solo? - Volvió a hablar la voz.
Valentín se giró y tras acostumbrarse a la claridad vio como un rostro familiar se dibujaba entre las sombras.
- ¡Serafine, Serafine, estás viva! ¡No te ha atacado el ladrón de la colada! ¡No eres un esclavo limpiador de ventanas sucias! ¡Viva, viva!
- ¿Pero qué estás diciendo? Lo único que pasó es que la compañía necesitaba dos nuevos actores para las nuevas obras y por suerte nos eligieron, pero en el camino te perdiste y la compañía tardó en encontrarte, pero al final, tras muchos esfuerzos, ya estás aquí.
- Pero las otras prendas me dijeron otra cosa, me dijeron que te habían raptado, que ibas a ser un trozo de tela vieja, me dijeron que ibas a servir para comer la suciedad, me dijeron que me iba a quedar solo, me dijeron, me dijeron....
- Nada de eso es cierto mi querido Valentín. Lo único que ha pasado es que en lugar de creer en ti mismo, buscar las pistas para llegar a la verdad, te has encerrado en ti mismo y sólo has escuchado lo que decían las lenguas de trapo.