Cuando entró en la casa no encendió la luz, sabía que María,
el hada aprendiz estaba a punto de ponerse con el trabajo que le había ordenado
el mago Uxío, aunque en ese preciso momento estaba ocupada enseñando a volar al
pequeño dragón.
Ellos no sabían que Moncho, quizás el único búho del bosque
con miedo a la oscuridad les vigilaba por un agujerito, encerrado en uno de los
armarios de la gran sala, esperando pacientemente a que el gran mago despertase
de su larga siesta y mostrase el lugar donde escondía el hilo de rayos de sol con
el que María, el hada, tejía la bufanda mágica que nunca nunca se llegaba a
apagar del todo.
Uxío y María eran maestro y aprendiz, pero eran como las dos
caras de una moneda, nunca se podían ver, todo por culpa de un maleficio. Si
alguna vez se llegasen a ver, el mal hechizo les convertiría en lentejas
negras, esas que nadie quiere echar a la olla y siempre acaban perdidas debajo
de los muebles y las alfombras.
Aún así, se escribían, se hablaban a gritos del piso
superior al inferior, se dejaban regalos, pero nunca nunca se habían visto. Ella
era feliz con él, el era feliz con ella y su destino siempre sería vivir separados
para toda la vida.
Moncho los vigilaba cada día, incluso había ido alguna vez
de compras con María y había acompañado a Uxío a sus visitas en los que el mago
ayudaba a calmar los picores de cabeza y a auxiliar a los críos cuando sufrían
asfixias perinatales.
Después de mucho esperar y esperar y viendo que era
imposible que el mago o el hada le dijeran como conseguir su bufanda mágica,
tras naufragar entre dudas, entre la angustia y el placer de poseerla y dejar
atrás la oscuridad que tanto temía, Moncho decidió actuar. Sabía que en esa
situación era como la mariposa que quiere volar más alto, como el niño que corre
tras la pelota en una cuesta que no tiene fin y sabe que el éxito es un 1% inspiración
y un 99% transpiración. Tenía que esforzarse por encontrar el remedio a ese
maleficio que mantenía al mago y al hada separados.
El búho voló y voló, atravesando ríos y montañas,
preguntando a todo el mundo que se encontraba si conocían cómo romper el
maleficio. Durante infinidad de días, Moncho viajó buscando la respuesta, desde
el verano en el que el cielo era azul hasta el invierno con sus días grises y
fríos, pero sin obtener ni una pequeña pista de la forma de deshacer ese
maldito hechizo.
Una tarde de primavera, después de comer, el búho se quedó
profundamente dormido, quizás por estar muy cansado, quizás por haber comido
mucho, o quizás víctima de un hechizo. En el sueño, Moncho se vio volando solo,
en la oscuridad de la noche, sin ninguna luz que le iluminase el camino. No sabía
qué hacer, estaba petrificado de terror….
Justo en el momento en el que iba a desfallecer, una luz
comenzó a iluminar la oscuridad de la noche. Era la señora Luna que lentamente
se alzaba por el horizonte. La luz que desprendía era azulada y fría, pero
Moncho se dio cuenta que le hacía menos daño que la del sol del día. Se quedó
mirándola pasmado hasta que la señora Luna le habló:
- - Querido Moncho, no sé qué decirte, un viaje tan
largo y, ¿no vas a hacer la pregunta a la única que puede responderla?
En ese momento el búho pensó:
- - La vida da muchas vueltas, toda mi vida temiendo
la oscuridad y la respuesta que busco está donde más temo encontrarla. Debe ser
que el tiempo pone cada cosa en su sitio.
El búho le preguntó a la señora Luna cómo podían romper ese
maleficio, y ella le indicó lo que tenía que hacer el mago y el hada.
Se despertó de pronto, pestañeando tres o cuatro veces
seguidas, moviendo el cuello nervioso, izquierda, derecha, izquierda, derecha….
- - ¡Qué gran sueño acabo de tener, qué gran siesta
me acabo de echar!
Volvió a casa, más rápido que las lagartijas cuando oyen el
aleteo del halcón en el pedregal, como el niño que mordía el pan apresuradamente para poder salir a jugar lo antes posible. Ya no necesitaba parar por la noche, ya no
tenía miedo a la oscuridad. La noche ahora era su amiga y la señora Luna, su
compañera.
Justo antes de llegar, Moncho les pidió amablemente a un
padre y a un hijo que estaban sentados en un banco que le ayudasen a escribir
las indicaciones que la señora Luna le había dado para María y para Uxío.
Ellos aceptaron, con la condición de que el búho recitase 7 veces el trabalenguas de "Pablito clavó un clavito" sin equivocarse. A pesar de que Moncho se equivocó todas las veces, les hizo tanta gracia que se lo hicieron de buena gana.
Cuando el sol empezaba salir sobre la línea del horizonte,
el búho llegó a la casa. Rápidamente colocó las dos notas en las puertas del
mago y del hada, escondiéndose en su sitio, vigilándoles por ese agujerito.
Durante todo el día no se escuchó nada, nadie se movió. Toda
la casa estaba tranquila como si toda la estancia se encontrase dentro de una burbuja y eso era muy raro, porque la cocina estaba llena de
basura. Todo el día en silencio….
Aquella noche, el mago y el hada, sentados en el balcón de
la luna, vieron una estrella caer y lo único que hicieron fue cerrar los ojos y
pedir aquel deseo.
Y vosotros pensareis, si el búho ya no le tenía miedo a la
oscuridad, seguramente ya no quería la bufanda mágica. Entonces…. ¿Qué les
pidió a cambio?
LO MISMO QUE YO OS PIDO A VOSOTROS, QUE NO DEJÉIS DE SOÑAR
¡¡¡GRACIAS A TODOS. ESTO ES TAN MÍO COMO VUESTRO!!!
A todos los que me habéis ayudado, que habéis hecho que me convierta en un "sastre de vuestras frases" para crear esta historia como si de una colcha se tratase. Espero que os guste y que os sintáis parte de ella. Muchos besos!!!
De un Mago webon gracias por ilusionarnos asi!!!!
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